En el otoño me obsesioné con Sylvia Plath. Leí toda su obra en unas semanas violentas y sensuales.
Este año la muerte me coqueteó tanto y tan bien, no en diálogo suicida podemos decir que se me impuso su idea su forma el leve y persistente accionar de su peso sobre la biología. Te besas con un desconocido sin nombre en una esquina soleada y la fricción de su barba te deja las mejillas rosadas y ardientes. Al rato tu piel recupera su color caracol habitual. A la noche el ardor se reactiva con el agua tibia de la ducha. Pero al otro día ya no hay nada y la vida avanza, te preparas una tostada mientras el café se infusiona, tenés 16 wasaps sin responder, ya no arde nada. Así la muerte conmigo, un beso furtivo.
Los poemas de Plath me están cayendo justo ahora y yo con ellos, una cosa es leer y otra sentir. Etcétera. El libro “Soy vertical. Pero preferiría ser horizontal.” está acá.


Poema para un cumpleaños por Sylvia Plath
1. Quién
El mes de la floración terminó. Se recogió la fruta, podrida o comida.
Soy toda boca. Octubre es el mes del almacenaje.
Este cobertizo huele a rancio como estómago de momia: viejas herramientas, tiradores, espigas oxidadas.
Estoy en casa, entre cabezas muertas.
Deja que me plante en un tiesto, las arañas no lo notarán.
Mi corazón es un geranio parado. Si el viento dejara en paz mis pulmones.
Cuerpo de perro husmea los pétalos. Florecen bocabajo.
Crujen como arbustos de hortensias. Las cabezas mohosas me consuelan, clavadas al techo ayer: inquilinas que no hibernan.
Coles: púrpura carcomida, lustro de plata, aderezo de orejas de mula, piel apolillada, pero verde corazón, sus venas blancas como tocino. ¡Oh la belleza de la costumbre!
Las anaranjadas calabazas no tienen ojos.
Estas estancias están llenas de mujeres que se creen pájaros. Es una escuela monótona.
Soy una raíz, una piedra, una egagrópila de búho, sin sueños de ningún tipo. Madre, eres la única boca de quien yo sería lengua.
Madre de la otredad cómeme.
Embobada con cubos de basura, sombra de portal.
Dije: debo recordar esto, pues soy pequeña. Allí había flores enormes, bocas rojas y púrpura, hermosísimas.
Las ramas de las zarzas me hacían llorar. Ahora me iluminan como una bombilla.
No recuerdo nada desde hace semanas.